Casting para Deirdre V. Rushton

Pasó otra vez los dedos entre las hebras de cabello rubio, disfrutando de la sensación que le producía. El Alma era vagamente consciente de que ese hábito no le pertenecía a ella, sino a Deirdre, la humana que antes poseía aquel cuerpo. Light frost, en el poco tiempo que llevaba en la tierra, nunca se había detenido a pensar en su anfitrión, ni había sentido curiosidad por la vida que llevaba. Además, tenía a su hermano -o el de Deirdre.- y un lazo que escapaba de su comprensión los unía más aún que el simple amor que sentía por los de su especie. El sonido de la puerta al abrirse hizo que se volteara de golpe, desviando la mirada del reflejo abstracto de la ventana hacia la persona de pie bajo el umbral.

- ¿Trevor?, ¿qué ocurre?. -preguntó la rubia con aquel tono amable y curioso que la caracterizaba. Acostumbraba referirse a las otras Almas por el nombre de su anfitrión, aunque aún le costaba trabajo responder al nombre de Deirdre. Observó al hombre frente a ella y no dejó pasar el gesto serio en su boca a pesar de que los cálidos ojos con el anillo de plata en el centro le devolvían la mirada sin dificultad.

- No te preocupes, Light Frost, no es nada grave. - Deirdre alzó una de sus rubias cejas. Estaba en su naturaleza preocuparse así que el preámbulo no sirvió de nada en ella. Ante su silencio el hombre tuvo que continuar hablando y su voz sonaba evidentemente algo temblorosa.- Creemos... creemos que podrían haber... humanos en la zona norte.
Deirdre frunció el ceño y apoyó ambas manos sobre el escritorio de madera, inclinando levemente su cuerpo hacia adelante. La sensación de adrenalina era algo que desconocía antes de llegar a la Tierra, era como un flujo de energía fría por su columna, cosquilleante y estimulante. Alzó sus ojos grises y le dedicó una sonrisa que inspiraba calma a Trevor.

- Perfecto. -masculló con tranquilidad - Iremos esta misma tarde entonces. Déjelo en mis manos. - Le sonrió al Alma y dándole unas palmaditas en la espalda lo guió otra vez hacia la puerta en una tácita invitación a salir y dejarla ahí para planear todo lo necesario. Era demasiado descortés echarlo sin más.

Light Frost era consciente de lo peligrosos que eran los humanos. Le costaba creer el caos que ellos mismos habían creado en la Tierra, la destrucción que eran capaces de provocar sin siquiera proponérselo, y también le llamaba la atención lo poco que valoraban sus vidas. Deirdre había llorado sus primeros días dentro de su anfitrión, espantada al leer viejos diarios y noticieros. En todos sus ciclos vitales, jamás había estado en un lugar tan hermoso como la Tierra, ni había tenido un cuerpo tan completo que le permitiera apreciar en totalidad lo que la rodeaba. Y los humanos no lo habían valorado, y jamás lo harían porque eran animales despiadados. Las Almas eran la única esperanza para el planeta.